Hace cerca de dos mil años empezaron algunos pescadores de Galilea a decir que un hombre llamado Jesús de Nazareth había resucitado.
Fue como una llama, que luego iría prendiendo aquí y allí, multiplicándose en el espacio y en el tiempo. Lo mismo que la llama del cirio pascual, de la cual se transmite después el fuego a todas las velas, según el rito solemne de la gran Vigilia.
Del testimonio de aquellos pescadores, humanamente tan frágil, humanamente increíble, procede todo, todo lo que en el transcurso de los siglos ha venido a constituir la llamada religión cristiana. Por eso existen, a lo largo y ancho del planeta, tantos signos y señales que atestiguan la fe en Cristo resucitado. Cruces de piedra, de maíz, de hielo, de zafiros, cruces hechas con la uña en el muro de una prisión, cruces sobre los blasones y el papel de cartas y el palo mayor de los navíos. Tres cruces, la primera en la frente, la segunda en los labios, la tercera en el pecho.
Si la muerte de Cristo se recuerda es porque creemos que el muerto volvió a la vida; si se venera la cruz es porque constituye un símbolo de resurrección, no de muerte. "Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10,9). Ahí estriba todo, de ahí se deduce todo, el dogma y la moral, el derecho canónico y la historia eclesiástica, los siete sacramentos, los concilios ecuménicos, las solemnidades de Semana Santa. Y los domingos. Los domingos fueron instituidos solo para celebrar la resurrección del Señor. Los restantes días de la semana están dedicados a conmemorar a los santos, esos seres tan extraños que se encerraron para toda la vida entre cuatro paredes o se consagraron a cuidar de los leprosos o marcharon a lejanas tierras donde acabarían decapitados, ¿para qué? Sólo para seguir difundiendo por el mundo lo que aquellos pescadores de Galilea proclamaron hace veinte siglos. Es como una llama que hay que mantener y propagar mientras dure el mundo, hasta que Cristo vuelva otra vez. Creemos que Cristo resucitó. En esta creencia se basa todo, todo lo que ha sido y es el cristianismo, las catedrales góticas, las Conferencias Episcopales, los funerales y también las bodas, la Divina Comedia, los votos de pobreza, obediencia y castidad, los orfanatos en tierra de misión. Y miles de libros escritos en todos los idiomas acerca de un hombre llamado Jesús de Nazaret, del cual se dice que murió y al tercer día resucitó.
Jose María Cabodevilla
Los Cristianos disponemos de la Sagrada Escritura y una sólida tradición apostólica que comienza con el testimonio de los que fueron testigos oculares del Señor. Es maravilloso y sorprendente rastrear hacia atrás en el tiempo, pensar por ejemplo en Juan el apóstol, aquel que reposó su cabeza en el pecho del Señor, que a su vez enseñó todo lo que había aprendido a sus discípulos, siendo uno de ellos San Policarpo de Esmirna quien a su vez trasmitió su enseñanza a otros muchos, uno de ellos un pequeño niño llamado Ireneo, más tarde conocido por Ireneo de Lyon...
Y de esta manera podemos ir rastreando desde el minuto en que escribo esto hasta encontrar al Señor, ya no solo guiando mis pensamientos y mi vida, como creo firmemente que lo está, sino en aquel momento histórico de hace tantos años en que, tras su muerte y gloriosa Resurrección, envió su Santo Espíritu en Pentecostés para que Juan, el resto de apóstoles y discípulos, perdieran su miedo y salieran, como Iglesia, comunidad de Dios a predicar el mensaje, a ser testigos de Jesus, del Amor de Dios por los hombres para que, a pesar de las mentiras, del dolor, de toda dificultad y amenaza que este mundo pueda mostrarnos, confiemos en él, creamos en su Palabra que nos llega por el amor y la entrega de personas que estuvieron a su lado, rezaron con él, recibieron su enseñanza y enseñaron a muchos otros, como Policarpo de Smirna, Santo que celebra la Iglesia Católica el 23 de Febrero.
San Policarpo fue aquel que momentos antes de su martirio contestó esto a sus acusadores ante la insistencia de que renegara de Jesús y alabara al César: "Hace 86 años que sirvo a Jesucristo y de él solo he recibido bienes; ¿cómo puedo maldecir a mi rey y Señor?"
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
Nuevo Testamento, Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo
Palabra y Vida - Manuel Orta, programa del 07-09-10
En los orígenes de la Iglesia. Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo - Benedicto XVI. Ed. San Pablo
http://www.corazones.org
Vidas de los Santos de Butler
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