¡No sabéis qué es vuestra vida! Por tanto, decid: "Si el Señor lo quiere"
Primera Lectura. Carta del apóstol Santiago 4, 13-17
Palabra de Dios.
Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres.
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando me cerquen y acechen los malvados, que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas, si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate?
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa.
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mirad: los sabios mueren, lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños.
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Palabra de Dios
- la Sagrada Escritura y
- una sólida tradición apostólica que comienza con el testimonio de los que fueron testigos oculares del Señor
Y de esta manera podemos ir rastreando desde el minuto en que escribo esto hasta encontrar al Señor, ya no solo guiando mis pensamientos y mi vida, como creo firmemente que lo está, sino en aquel momento histórico de hace tantos años en que, tras su muerte y gloriosa Resurrección, envió su Santo Espíritu en Pentecostés para que Juan, el resto de apóstoles y discípulos, perdieran su miedo y salieran, como Iglesia, comunidad de Dios a predicar el mensaje, a ser testigos de Jesus, del Amor de Dios por los hombres para que, a pesar de las mentiras, del dolor, de toda dificultad y amenaza que este mundo pueda mostrarnos, confiemos en Él, en que creemos en su Palabra que nos llega por el amor y la entrega de personas que estuvieron a su lado, rezaron con él, recibieron su enseñanza y enseñaron a muchos otros, como Policarpo.
Y es por este motivo que voy a extenderme un poco en el día de hoy, facilitando toda la información que en su día encontré de Policarpo, aquel que momentos antes de su martirio contestó esto a sus acusadores ante la insistencia de que renegara de Jesús y alabara al César: "Hace 86 años que sirvo a Jesucristo y de Él solo he recibido bienes; ¿cómo puedo maldecir a mi rey y Señor?"
Brillaba en Asia en tiempos del emperador Trajano, Policarpo. Discípulo de los Apóstoles, los testigos oculares y ministros del Señor que le habían confiado el episcopado de la Iglesia de Esmirna.
Policarpo de Esmirna debió de nacer hacia el año 69. Según San Ireneo, que dice saberlo del mismo Policarpo, fue discípulo de Juan el Apóstol quien seguramente fue quien le hizo Obispo de Esmirna antes del año 100. A juzgar por el tono de la carta de Policarpo a los cristianos de Filipo, su fama y autoridad llegó pronto lejos.
Policarpo e Ireneo
Los fieles le profesaban una gran admiración. Y entre sus discípulos tuvo a varios varones importantes uno de ellos san Ireneo. San Ireneo, en una carta a un cristiano que había dejado la verdadera fe y se dedicaba a enseñar errores, le dice así: "Esto no era lo que enseñaba nuestro venerable maestro San Policarpo. Ah, yo te puedo mostrar el sitio en el que este gran santo acostumbraba sentarse a predicar. Todavía recuerdo la venerabilidad de su comportamiento, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y las santísimas enseñanza con que nos instruía. Todavía me parece estarle oyendo contar que él había conversado con San Juan y con muchos otros que habían conocido a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Y yo te puedo jurar que si San Policarpo oyera las herejías que ahora están diciendo algunos, se taparía los oídos y repetiría aquella frase que acostumbraba decir: Dios mío, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes horrores? Y se habría alejado inmediatamente de los que afirman tales cosas".
Ignacio de Antioquía y Policarpo
Ignacio de Antioquía fue segundo en obtener la sucesión de Pedro en el episcopado de Antioquía. Debió de nacer poco después del S.I y a juzgar por el tono de su carta a Policarpo era mayor que este. Fue trasladado a Roma desde Siria para ser pasto de las fieras y, mientras era conducido a través de Asia iba dando ánimos con sus exhortaciones a las Iglesias de cada ciudad, poniendo hincapié en que se aferraran solícitamente a la tradición de los apóstoles cuidándose mucho de las herejías que por entonces empezaban a pulular (especialmente los docetas).
Como Ignacio veía su martirio cercano creyó necesario escribir para que no se perdieran las enseñanzas:
- Hayándose en Esmirna escribió a varias Iglesias.
- Ya lejos de Esmirna, en Tróade, conversa con Policarpo, que presidía la Iglesia de Esmirna. San Policarpo salió a recibirlo y besó emocionado sus cadenas. Ignacio reconociendo a Policarpo como varón verdaderamente apostólico y porque era pastor legítimo y bueno, le confía su propio rebaño de Antioquía y le pide que se preocupe de él con solicitud. Policarpo por petición de San Ignacio escribió una carta a los cristianos del Asia, carta que según San Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos cristianos.
Los cristianos de Esmirna escribieron una bellísima carta poco después del martirio de este gran santo, y en ella nos cuentan datos muy interesantes, por ejemplo los siguientes:
El populacho estaba reunido en el estadio y allá fue llevado Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: "Declare que el César es el Señor". Policarpo respondió: "Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios". Añadió el gobernador: ¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y salvará su vida. A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así: "Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y El nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo".
El gobernador le grita: "Si no adora al César y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas",. Y el santo responde: "Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el populacho empezó a gritar: ¡Este es el jefe de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses. Que lo quemen! Y también los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre él a Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas pero él les dijo: "Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valor para soportar este tormento sin tratar de alejarme de él". Entonces lo único que hicieron fue atarle las manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró así en alta voz: "Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar su oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante nuestros ojos y a la vista de todos los que estábamos allí presentes (sigue diciendo la carta escrita por los testigos que presenciaron su martirio): las llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, en seguida la hoguera se apagó".
"Los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus huesos y los veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y los llevamos al sitio donde nos reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de febrero del año 155.
Concédanos el Dios Todopoderoso poder también nosotros como San Policarpo ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo hasta el último momento de nuestra vida.
Acta completa del martirio de san Policarpo (http://www.primeroscristianos.com)