Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús
Primera Lectura. Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 13, 13-25
«Hermanos, si tenéis una palabra de exhortación para el pueblo, hablad».
Pablo se puso en pie y, haciendo seña con la mano de que se callaran, dijo:
«Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso; unos cuarenta años “los cuidó en el desierto”, “aniquiló siete naciones en la tierra de Canaán y les dio en herencia” su territorio; todo ello en el espacio de unos cuatrocientos cincuenta años. Luego les dio jueces hasta el profeta Samuel. Después pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, durante cuarenta años. Lo depuso y les suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio diciendo: "Encontré a David, hijo de Jesé, 'hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos'".
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies"».
Palabra de Dios
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso.
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
El me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado." Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».
Palabra de Dios
En las minas de Feno, en Palestina, donde estaban condenados, san Silvano, obispo de Gaza, y treinta y nueve compañeros, mártires, todos ellos coronados con el martirio durante la misma persecución bajo Diocleciano, al ser decapitados por orden del césar Maximino Daya (c. 304).
Dentro del siguiente estudio de José Ramón Aja Sánchez ("Obispos y mártires palestino: el caso de Gaza s.IV") se nos ofrece información muy interesante sobre el Santo de hoy, teniendo como principal fuente a Eusebio de Cesarea:
I. La «Era de las Persecuciones» y los primeros mártires de Gaza
Fue durante la «Era de las Persecuciones» (último período del reinado del emperador Diocleciano) cuando tenemos noticia de que el primer obispo de Gaza en el siglo IV fue Silvano, que sumó en su persona su condición de haber sido también mártir cristiano durante la persecución del emperador Diocleciano (entre los años 303 y 311).
De él, el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea -su único mentor literario- nos informa de que era oriundo de Gaza (De martyribus Palaestinae, 13) y que fue un antiguo legionario que confesó su fé en el año 307 siendo presbítero (Ibidem 7); también nos dice que por esa razón fue condenado a trabajos forzados -ad metallum- en las minas de cobre de Feno -en las cercanías de Petra-, en la Palaestina Salutaris. Cuando la colonia de Feno fue disuelta, Silvano y otros treinta y nueve compañeros de fé fueron decapitados, en mayo del año 311.
La misma fuente es la que nos informa de otros mártires de menor importancia -oriundos de Gaza o bien martirizados allí- habidos durante la misma época: así por ejemplo Timoteo, que fue quemado vivo en Gaza en el 304, y Agapio y Tecla, que fueron arrojados a las fieras allí también en el 308. Igualmente Alejandro -que fue decapitado en Cesarea de Palestina en el 305- y del que se nos dice expresamente que era oriundo de Gaza. Por último sabemos que en esta misma ciudad un grupo de cristianos fue sorprendido leyendo los Evangelios en el año 309: el mismo Eusebio es el que nos cuenta cómo, después de ser sentenciados a muerte, sufrieron múltiples tormentos antes de morir, particularmente dos mujeres, Valentina, oriunda de Cesarea, y otra (¿Tea?) natural de la región de Gaza.
Nos interesa hacer observar que todos estos mártires lo fueron de la forma usual y clásica durante la «Era de las Persecuciones» y que las propias Acta Martyrum indican con sobrados detalles, no apartándose por lo tanto del modelo que siguieron los martirios de otros cristianos más renombrados, como Policarpo, Pionio o Perpetua. Quizá la excepción sea Silvano, ya que las circunstancias de su muerte sugieren más una ejecución sumaria, normal entre condenados a muerte, que un martirio en sentido religioso, como ya pensaba Duchesne.
En cualquier caso todos estos mártires nos hablan de la existencia de una muy modesta comunidad cristiana que empezaba a abrirse paso en el territorio de la pagana Gaza. Especialmente desde Maiuma, un enclave portuario rebosante de mercaderes y marineros egipcios donde al parecer se estaba concentrando la nueva fe como consecuencia de su cercanía a Egipto y de la receptividad que los puertos han tenido siempre hacia las
innovaciones de todo tipo.
Probablemente en la época de los martirios que narra Eusebio de Cesarea, Maiuma ya disfrutaba de una población cristiana mayoritaria. Esta circunstancia, y el apoyo del emperador Constantino al cristianismo, propició que Maiuma dejara de estar subordinada a Gaza, y adquiriera un rango administrativo autónomo adoptando el nuevo nombre de «Constancia».
Cuando el rey Tiridates enfermó decidió ponerlo en libertad y pedirle que fuera a salarlo, es así que Gregorio se presenta frente al rey y fue milagrosamente sanado, convirtiéndose oficialmente al catolicismo, éste hecho marcó la historia de Armenia, ya que se convirtió en el mayor país cristiano en el mundo entero.
Gregorio fue ordenado Obispo de Cesarea de Capadocia. Gregorio murió aproximadamente en el año 331, sus descendientes directos, entre ellos uno de sus hijos, forman una dinastía que se encargó de controlar al catolicismo armenio durante cien años y que en varias ocasiones se opuso a la familia real. Se le considera dentro del santoral católico no sólo por su ejemplo como defensor de la fe y por el tiempo que estuvo en prisión por reconocer su fe públicamente, sino también por los milagros manifestados a través de su presencia, y por ser el verdadero fundador de la Iglesia de Armenia.
Nació en Dalías (Almería) en 1864, de familia numerosa y campesina. Estudió en los seminarios de Almería, Granada y Madrid, donde fue ordenado sacerdote en 1887. Ejerció diferentes ministerios en la diócesis madrileña, en la que pronto adquirió fama de santidad.
En 1906 entró en la Compañía de Jesús, que le encomendó diversos apostolados en Granada, Sevilla y Manresa (Barcelona), hasta su regreso en 1917 a Madrid, campo ya definitivo de su apostolado. Su actividad apostólica fue extraordinaria: pasaba muchas horas en el confesionario atendiendo a multitud de penitentes, predicó muchos ejercicios espirituales, en sus sermones y en su porte irradiaba bondad, organizó y dirigió obras e instituciones de vida cristiana, desarrolló una gran actividad social en barrios pobres, gozó de dones místicos extraordinarios.
Murió en Aranjuez (Madrid) el 2 de mayo de 1929. Juan Pablo II lo canonizó el 4 de mayo del 2003, y su memoria litúrgica se celebra el 4 de mayo.
Oración: Padre de las misericordias, que hiciste al bienaventurado sacerdote José María Rubio ministro de la reconciliación y padre de los pobres, concédenos que, llenos del mismo espíritu, socorramos a los abandonados y manifestemos a todos tu caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.