Madre de todos los que viven
Primera Lectura. Génesis 3, 9-15. 20
Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes han nacido allí».
Se dirá de Sión: «Uno por uno, todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».
Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí». (Pausa)
Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti».
Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia
El Evangelio de hoy es todo un testamento de Jesús para todos nosotros. Hace unos días, escuchábamos: «No os dejaré huérfanos», refiriéndose al Espíritu Santo.
Pero hoy, nos muestra que María va a estar a nuestro lado y que ella es depositaria de su mejor Buena Noticia. Y, además, es la primera en la que el Espíritu Santo realizó su obra, y lo pudo hacer con el mejor detalle, pues en María se dio la obediencia y docilidad para que el Espíritu Santo pudiera hacer de María un instrumento maravilloso, por el que Jesús se hiciera presente.
Cuando contemplamos a María debemos ir más allá de un simple reconocimiento espiritual, o admiración por una vida vivida en plenitud; deberíamos aspirar a imitar a María en lo que tiene de imitable.
Jesús en la Cruz nos la ofrece como Madre, de su costado abierto y en su momento de entrega más sublime, tiene fuerza todavía para vincularnos en familia: «“Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”».
Es curioso porque este texto nos habla de fecundidad, pero es un momento que necesita de la Encarnación y mira a Pentecostés.
En los tres momentos, María aparece de forma teologal y, además, es el Espíritu el que da fuerza y armonía a una misma secuencia, que comienza en la Encarnación, llega su momento más dramático en la Cruz y se plenifica en Pentecostés.
Aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino.
De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre, la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos […]: ¡Santa Madre de Dios!»
“Cuéntale todo lo que te pasa” ¿Quieres amar a la Virgen? Pues, ¡trátala! ¿Cómo? Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. Pero, en el Rosario… ¡decimos siempre lo mismo! ¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?…Rezando bien el Rosario, cada día. tu hermano en la fe: José Manuel.
Guillermo Arnaud y compañeros mártires, Beatos
Fue apresado dolosamente por los herejes en Aviñón junto con otros frailes de nuestra Orden: el presbítero Bernardo de Rochefort y el hermano García de Aure, junto con otros ocho compañeros de ambos cleros.
Estos ilustres protomártires dominicos, como testigos excelsos de su fe, se entregaron al martirio "gozosos como hombres apostólicos" y cantando el Te Deum, (Vidas de los frailes, Parte V c. I, 1) la noche de la Ascensión del Señor, un 29 de mayo de 1242. Sus reliquias se perdieron en el s. XVI.
La lista de mártires está integrada por:
- Guillermo Arnaud (Dominico);
- Bernardo di Roquefort (Dominico);
- Garcia d’Aure (Dominico converso, nativo de la diócesis de Comminges);
- Stefano di Saint-Thibery (inicialmente abad, luego fraile menor);
- Raimondo Carbonius (fraile menor);
- Raimondo di Cortisan (conocido como "el Escritor", detto "lo Scrittore", canonico de Tolosa y archidiacono de Lézat);
- Bernardo (miembro del clero de la catedral de Tolosa);
- Pietro d’Arnaud (notario de la inquisición);
- Fortanerio (clérigo);
- Ademaro (clérigo);
- El Prior de Avignonet (Monje profeso en Cluse, cuyo nombre lastimosamente no se conoce).
Pío IX confirmó su culto el 6 de septiembre de 1866.
Maximino nació al comienzo del siglo IV en Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de un hogar muy piadoso.
La santidad de Agricio, obispo de Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.
Al morir Agricio, conocidos por el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor, ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332.
Perturbaba en aquel tiempo en la Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios, pero por adopción.
Contra esta interpretación, que disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el campeón de la ortodoxia.
Reinaba entonces el emperador Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí Maximino lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató por todos los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.
En el año 345, Maximino concurrió al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia, fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía, capital de Bulgaria).
Los arrianos quisieron atraer al emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio fue nuevamente restablecido.
Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.