El Señor descendió al monte Sinaí a la vista del pueblo
Primera Lectura. Éxodo 19, 1-2. 9-11. 16-20b
El Señor le dijo:
"Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo hable contigo, y te crean siempre".
Y Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho.
El Señor dijo a Moisés:
"Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana, que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo".
Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta; y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar.
Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia.
El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. El Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del monte. El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña.
Palabra de Dios
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso.
A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.
A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.
A ti gloria y alabanza por los siglos.
"¿Por qué les hablas en parábolas?".
Él les contestó:
"A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
"Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure".
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen.
En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron".
Palabra de Dios
Trabajó como médico, especialmente de los pobres, sin cobrar nada a cambio de su servicio. El Señor lo acreditó con numerosos milagros. Las autoridades del imperio romano lo persiguieron por haberse convertido al cristianismo y quisieron hacerlo apostatar a base de amenazas y torturas, pero el mártir permaneció siempre firme en su fe.
Condenado a muerte, se ensañaron con su cuerpo antes de decapitarlo en Nicomedia el 27 de julio de un año en torno al 305. Su culto se difundió rápidamente por Oriente y Occidente. Es patrono de los médicos y es conocido el hecho de la licuación de su sangre en Madrid.
A los 18 años, ingresó en el convento capuchino de Santa María de las Nieves de su ciudad natal. En 1706 hizo su profesión. Tres veces fue maestra de novicias y, durante algún tiempo, desempeñó el humilde cargo de portera. En 1732 y en 1736, fue elegida superiora. Dios premió su desinteresado amor con experiencias místicas extraordinarias y con el don de milagros.
La beata profesaba particular devoción a la coronación de espinas y, después de su muerte, se descubrió que llevaba bajo el velo, alrededor de la cabeza, una rejilla de puntas aceradas. María Magdalena supo unir a las mortificaciones, el cumplimiento de sus deberes de maestra y superiora, el amor al silencio y una gran mansedumbre en la conversación. Su muerte ocurrió en 1737, cuando tenía 50 años de edad. Fue beatificada en 1900.