lunes, 1 de marzo de 2010

Lecturas y Santoral 01-03-10

La vergüenza es nuestra porque hemos pecado contra tí
Primera Lectura. Libro del profeta Daniel 9, 4-10
En aquellos días, imploré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión: "Señor Dios, grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos. Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos hecho caso a los profetas, tus siervos, que hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo. Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro, que ahora soportan los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén y de todo Israel, próximos y lejanos, en todos los países donde tú los dispersaste, a causa de las infidelidades que cometieron contra ti. Señor, la vergüenza es nuestra, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. De nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él, y al no seguir las leyes que él nos había dado por medio de sus siervos, los profetas, no hemos obedecido su voz".
Palabra de Dios.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
Salmo Responsorial Salmo 78
No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
No recuerdes, Señor, contra nosotros las culpas de nuestros padres. Que tu amor venga pronto a socorrernos, porque estamos totalmente abatidos.
No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Para que sepan quién eres, socórrenos, Dios y salvador nuestro. Para que sepan quién eres, sálvanos y perdona nuestros pecados.
No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Que lleguen hasta ti los gemidos del cautivo; con tu brazo poderoso salva a los condenados a muerte. Y nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre y de generación en generación te alabaremos.
No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
Con la misma medida con que midan, serán medidos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo - Lucas 6, 36-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos".
Palabra del Señor.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
San Rosendo, obispo y monje 907-977
El siglo X - el siglo oscuro del Pontificado, la edad de hierro del cristianismo - cuenta entre sus glorias a San Rosendo, el patriarca de los monjes del noroeste de España.

Nace en Salas de Galicia, el año 907, hijo del conde don Gutierre Méndez, que era uno de los condes más poderosos que rodeaban a Alfonso el Magno. Su madre, la condesa Santa Ilduara, ya antes de darle a luz, había sentido la premonición de que su hijo sería "santo delante de Dios y grande delante de los hombres". A Rosendo, desde muy pronto, se le vio más inclinado al silencio y a la piedad que a la corte y a la espada.

Se forma en la escuela episcopal de Mondoñedo. Sigue la vida religiosa en el monasterio de Caveiro. Era allí ya prior, cuando es elevado a obispo de Dumio. Todos le admiraban por su sabiduría y su bondad. Estaba muy preparado en las letras y en las ciencias. Se había adentrado en el conocimiento de las Sagradas Escrituras y en los Santos Padres.

Todavía muy joven, fue nombrado obispo de Dumio y luego de Mondoñedo. Trabajó mucho en la abolición de la esclavitud. Consiguió en este campo grandes frutos.

Funda la abadía de San Salvador de Celanova, no lejos de Orense, donde los hombres puedan «permanecer día y noche en las batallas del Señor. Como fanales «limpísimos en los que tú, Señor, te complazcas habitar; y habitando los santifiques, como quienes han dejado el mundo para seguirte a Ti.

A Rosendo le iba más el monasterio que la silla episcopal. Un día se presentó ante el abad Franquila, le pidió el hábito y se quedó en Celanova. Allí trabajaba y servía como el último de los monjes. Su emblema era una cruz, de cuyos brazos colgaba un compás y un espejo. La cruz, explicaba Rosendo, es el compás de nuestra vida y el espejo de nuestras almas.

Había encontrado el "almo reposo", de que nos habla fray Luis de León, libre de los trajines de la corte. Pero el rey Ordoño III le rogó que aceptase el gobierno de la provincia que antes había regido su padre. Rosendo, siempre dispuesto a servir, aceptó. Actuó de Virrey en tiempos difíciles, de invasiones de normandos por mar, y de moros por tierra.

Como buen Pastor, dispuesto a dar la vida por sus ovejas, acompaña a sus ejércitos. El triunfo es celebrado en Santiago con grandes fiestas. El monje gobernador actuó con prudencia y energía. Pacificada la provincia, volvió otra vez a su cenobio.

De nuevo le sacan de allí para ponerle al frente de la diócesis de Santiago, pues había sido depuesto, por sus desmanes, el obispo Sisnando. Entre otras actividades, asistió a un concilio en León con San Pedro Mezonzo. Sisnando. logró volver, y Rosendo se retiró feliz a su monasterio.

Los últimos años los pasa retirado, primero como un religioso más y después como abad en el Monasterio de Celanova hasta su muerte santa el 1 de marzo del año 977. Su testamento es una oración: "Salvador de los hombres, destruyendo cuanto encadena mi alma a la vida presente, dame valor para seguir tus pisadas con ánimo generoso y asiduo vencimiento". Viendo que se acercaba la muerte, firmó su testamento, que es una ferviente oración, confesión de fe y efusión de amor. El testamento nos revela la suave fisonomía de su alma piadosa y llena de fe. Recuerda a sus monjes la fundación del monasterio y la organización de una comunidad tan numerosa. Les da normas concretas para no caer en la mediocridad.

Los monjes, a su lado, le piden que les siga protegiendo desde el cielo. Rosendo les pide que pongan en Dios toda su confianza, y que se mantengan unidos junto a su abad.

Como emblema de su vida había trazado una Cruz; de cuyos brazos colgaban un compás y un espejo; porque "la Cruz es compás de nuestra vida y espejo de nuestras almas".

Santoral confeccionado consultando: el preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es

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