Venid, lo heriremos con su propia lengua
Primera Lectura. Libro de Jeremías 18, 18-20
Dijeron: - «Venid, maquinemos contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta; venid, lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos.» Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.
Palabra de Dios.
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Salmo Responsorial Salmo 30, 5-6. 14. 15-16
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu tú, el Dios leal, me librarás.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu tú, el Dios leal, me librarás.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen.
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
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Lo condenarán a muerte
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo - Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: - «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.» Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: - «¿Qué deseas?» Ella contestó: - «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.» Pero Jesús replicó: - «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» Contestaron: - «Lo somos.» Él les dijo: - «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: - «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
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Santos Emeterio y Celedonio + 295
Los Santos Emeterio y Celedonio son la honra y gloria más limpia que tiene Calahorra. No hay muchos datos exactos sobre su vida, pues, como dice el historiador Eusebio, y confirma el vate cristiano Prudencio, Diocleciano mandó destruir las Actas de los mártires para que no quedase ningún recuerdo de su heroicidad y de su ejemplo para los cristianos.
No se sabe bien dónde nacieron ni cómo crecieron en la fe de Cristo. Bien pudo ser en la misma Calahorra, pues allí se reclutaban soldados para el Imperio. Suetonio lo confirma cuando escribe que el mismo Augusto había elegido calagurritanos para su propia guardia personal.
Parece que ambos pertenecían a la Legión VII Gemina Pía Félix que estuvo acampada cerca de lo que actualmente es León, tal vez eran hermanos, aunque no nos consta tal hecho, y lo que sí es indudable es que fueron degollados en el antiguo arenal que bañaba el río Cidacos.
Pero, si no se conoce exactamente el lugar del nacimiento, sí que conocemos datos de su vida, y sobre todo de su martirio, tan bellamente cantado por Aurelio Prudencio en su primer himno de las Coronas de los Mártires. En el mismo baptisterio de la catedral de Calahorra proclama un dístico de Prudencio: "Aquí dos varones, por el nombre del Señor sufrieron martirio sangriento, en una muerte gloriosa".
"Sucedió entonces, prosigue el poeta, que el cruel emperador del mundo ordenó que todos los cristianos se llegaran a los altares a sacrificar a los negros ídolos y dejaran a Cristo". Tenían pues ante sí, o la apostasía o abandonar el ejército. Nuestros santos no lo dudaron.
Seguirían, como era costumbre, los interrogatorios de los jueces, con sus insidiosas promesas de regalos y pingues beneficios y cargos honoríficos para conseguir la apostasía, y si no la conseguían, les amenazaban con crueles sufrimientos, torturas y el martirio. "Dulce cosa parece a los Santos el ser quemados vivos, dulce el ser atravesados por el hierro".
Prudencio pone en boca de los Santos hermosas reflexiones: "¿Por ventura hemos de ser entregados al demonio, nosotros que somos creados para Cristo, y llevando la imagen de Dios hemos de servir al mundo? No, el alma celestial no puede mezclarse con las tinieblas. Ya es tiempo de dar a Dios lo que es propio de Dios", exclaman a coro, haciendo alusión a la vida que habían llevado antes en la milicia, al servicio del César.
Entonces llovieron sobre ellos mil tormentos, y el rigor airado del tirano ata con ligaduras ambas manos y una cadena rodea con pesados círculos los cuellos ensangrentados de los mártires de Cristo.
El verdugo, airado, levanta su criminal brazo para sacrificarlos con la espada. La tierra, por donde hoy está la bella catedral, se tiñó de sangre, y las almas de Emeterio y Celedonio "volaron como dos regalos enviados al cielo e indicaron con sus fulgores que tenían abierto el camino de la gloria". Así narra Prudencio su gloriosa muerte.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
No se sabe bien dónde nacieron ni cómo crecieron en la fe de Cristo. Bien pudo ser en la misma Calahorra, pues allí se reclutaban soldados para el Imperio. Suetonio lo confirma cuando escribe que el mismo Augusto había elegido calagurritanos para su propia guardia personal.
Parece que ambos pertenecían a la Legión VII Gemina Pía Félix que estuvo acampada cerca de lo que actualmente es León, tal vez eran hermanos, aunque no nos consta tal hecho, y lo que sí es indudable es que fueron degollados en el antiguo arenal que bañaba el río Cidacos.
Pero, si no se conoce exactamente el lugar del nacimiento, sí que conocemos datos de su vida, y sobre todo de su martirio, tan bellamente cantado por Aurelio Prudencio en su primer himno de las Coronas de los Mártires. En el mismo baptisterio de la catedral de Calahorra proclama un dístico de Prudencio: "Aquí dos varones, por el nombre del Señor sufrieron martirio sangriento, en una muerte gloriosa".
"Sucedió entonces, prosigue el poeta, que el cruel emperador del mundo ordenó que todos los cristianos se llegaran a los altares a sacrificar a los negros ídolos y dejaran a Cristo". Tenían pues ante sí, o la apostasía o abandonar el ejército. Nuestros santos no lo dudaron.
Seguirían, como era costumbre, los interrogatorios de los jueces, con sus insidiosas promesas de regalos y pingues beneficios y cargos honoríficos para conseguir la apostasía, y si no la conseguían, les amenazaban con crueles sufrimientos, torturas y el martirio. "Dulce cosa parece a los Santos el ser quemados vivos, dulce el ser atravesados por el hierro".
Prudencio pone en boca de los Santos hermosas reflexiones: "¿Por ventura hemos de ser entregados al demonio, nosotros que somos creados para Cristo, y llevando la imagen de Dios hemos de servir al mundo? No, el alma celestial no puede mezclarse con las tinieblas. Ya es tiempo de dar a Dios lo que es propio de Dios", exclaman a coro, haciendo alusión a la vida que habían llevado antes en la milicia, al servicio del César.
Entonces llovieron sobre ellos mil tormentos, y el rigor airado del tirano ata con ligaduras ambas manos y una cadena rodea con pesados círculos los cuellos ensangrentados de los mártires de Cristo.
El verdugo, airado, levanta su criminal brazo para sacrificarlos con la espada. La tierra, por donde hoy está la bella catedral, se tiñó de sangre, y las almas de Emeterio y Celedonio "volaron como dos regalos enviados al cielo e indicaron con sus fulgores que tenían abierto el camino de la gloria". Así narra Prudencio su gloriosa muerte.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
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