La sangre de Jesús nos limpia los pecados
Primera Lectura. 1ª Carta de San Juan 1, 5-2, 2
Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Palabra de Dios.
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Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/nab/. You can get too Daily Scripture Readings at http://beingbob.wordpress.com/
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Salmo Responsorial Salmo 102, 1-2. 3-4. 8-9. 13-14. 17-18a
Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Bendice, alma mía, al Señor.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
Bendice, alma mía, al Señor.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
Bendice, alma mía, al Señor.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro.
Bendice, alma mía, al Señor.
Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos, para los que guardan la alianza.
Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Bendice, alma mía, al Señor.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
Bendice, alma mía, al Señor.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
Bendice, alma mía, al Señor.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro.
Bendice, alma mía, al Señor.
Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos, para los que guardan la alianza.
Bendice, alma mía, al Señor.
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Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo - Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
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Santa Catalina de Siena. Virgen y doctora de la Iglesia 1347-1380
En los jardines del Castel Sant'Angelo, junto al río, de pie - así tenía que estar - y de cara al Vaticano, la estatua de Catalina como centinela de la Iglesia visible; no para vigilar a los enemigos exteriores, sino a los de dentro: la infidelidad, el desmayo, la transigencia con el mundo. Para proteger a la Iglesia de sus propios pecados.
Porque esta mujer tuvo la delicada misión de corregir a los papas y al clero en momentos muy difíciles de extravío y renuncia, y al verla aquí en efigie se reconoce la humildad de Roma, que recuerda de este modo un pasado poco ejemplar que puede volver a repetirse y en el que intervino como salvadora una monja dominica.
El amor de Dios, la contemplación de Cristo en la cruz y el servicio a la Iglesia, son los capítulos en los que la liturgia resume la vida y acción de Santa Catalina. No se podría decir cosa mejor.
La penúltima de 25 hermanos, hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio dei Piangenti, mujer enérgica y trabajadora donde las haya.
Nació en Siena el 1347, el año anterior a la tristemente célebre Peste Negra que asoló a toda Europa.
Terciaria de la orden de santo Domingo, será una virgen penitente sometida a terribles tentaciones, va a alcanzar la unión mística con el Esposo, que pone en su dedo el anillo de oro de los casados y la hiere con los estigmas de la Pasión. Irresistible con la palabra y con la pluma (siempre dictando porque no sabía escribir), se dedicó a los enfermos.
Sus escritos de vida interior forman una verdadera escuela de oración que le han merecido el título de Doctora de la Iglesia.
"¿Dónde estabas, Esposo mío, que así me dejaste sola en mis pruebas? Dentro de tu corazón estaba yo, esforzándote y complaciéndome en tu fidelidad".
Y la misma fidelidad que a Cristo, guardaba al Papa, su Vicario, a quien llamaba «el dulce Cristo en la tierra".
Esta hija de Santo Domingo era sumamente humilde y abrasada por una llama de amor que la sitúa en primera fila entre los místicos. Por eso, se sintió impelida a vivir en lo más íntimo de su ser el drama de la Iglesia de su tiempo: el apartamiento de Roma de aquel a quien ella llamaba «el dulce Cristo en la tierra», y más tarde los primeros brotes del gran cisma de Occidente, la degradación de las costumbres del clero, la incesante discordia entre las ciudades italianas y, dentro de cada una de ellas, entre las diversas familias.
Escribirá cartas llenas de fuego a los príncipes y cardenales rogándoles que ayuden y defiendan a la Iglesia y que se corrijan de sus abusos. Tenía un altísimo concepto del sacerdocio y trabajó con toda su alma para que fueran santos los ungidos del Señor. Por ellos y por toda la Iglesia, en aquellos días lacerada por el tristemente célebre Cisma de Occidente, ofreció generosamente su vida.
Acudió al Papa Gregorio XI a decirle que tenia que «vigilar a su rebaño desde las colinas de Roma y no desde Avignon».
El 4 de octubre de 1970 el Papa Pablo VI la declarará como la segunda mujer Doctora de la Iglesia, poco después de haber declarado Doctora a Santa Teresa de Jesús.
Intervino en muchos asuntos públicos y privados, por eso bien se merece ser la Patrona de Italia junto con S. Francisco de Asís, A los 33 años moría el 29 DE ABRIL de 1380.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por oremosjuntos.com, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
Porque esta mujer tuvo la delicada misión de corregir a los papas y al clero en momentos muy difíciles de extravío y renuncia, y al verla aquí en efigie se reconoce la humildad de Roma, que recuerda de este modo un pasado poco ejemplar que puede volver a repetirse y en el que intervino como salvadora una monja dominica.
El amor de Dios, la contemplación de Cristo en la cruz y el servicio a la Iglesia, son los capítulos en los que la liturgia resume la vida y acción de Santa Catalina. No se podría decir cosa mejor.
La penúltima de 25 hermanos, hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio dei Piangenti, mujer enérgica y trabajadora donde las haya.
Nació en Siena el 1347, el año anterior a la tristemente célebre Peste Negra que asoló a toda Europa.
Terciaria de la orden de santo Domingo, será una virgen penitente sometida a terribles tentaciones, va a alcanzar la unión mística con el Esposo, que pone en su dedo el anillo de oro de los casados y la hiere con los estigmas de la Pasión. Irresistible con la palabra y con la pluma (siempre dictando porque no sabía escribir), se dedicó a los enfermos.
Sus escritos de vida interior forman una verdadera escuela de oración que le han merecido el título de Doctora de la Iglesia.
"¿Dónde estabas, Esposo mío, que así me dejaste sola en mis pruebas? Dentro de tu corazón estaba yo, esforzándote y complaciéndome en tu fidelidad".
Y la misma fidelidad que a Cristo, guardaba al Papa, su Vicario, a quien llamaba «el dulce Cristo en la tierra".
Esta hija de Santo Domingo era sumamente humilde y abrasada por una llama de amor que la sitúa en primera fila entre los místicos. Por eso, se sintió impelida a vivir en lo más íntimo de su ser el drama de la Iglesia de su tiempo: el apartamiento de Roma de aquel a quien ella llamaba «el dulce Cristo en la tierra», y más tarde los primeros brotes del gran cisma de Occidente, la degradación de las costumbres del clero, la incesante discordia entre las ciudades italianas y, dentro de cada una de ellas, entre las diversas familias.
Escribirá cartas llenas de fuego a los príncipes y cardenales rogándoles que ayuden y defiendan a la Iglesia y que se corrijan de sus abusos. Tenía un altísimo concepto del sacerdocio y trabajó con toda su alma para que fueran santos los ungidos del Señor. Por ellos y por toda la Iglesia, en aquellos días lacerada por el tristemente célebre Cisma de Occidente, ofreció generosamente su vida.
Acudió al Papa Gregorio XI a decirle que tenia que «vigilar a su rebaño desde las colinas de Roma y no desde Avignon».
El 4 de octubre de 1970 el Papa Pablo VI la declarará como la segunda mujer Doctora de la Iglesia, poco después de haber declarado Doctora a Santa Teresa de Jesús.
Intervino en muchos asuntos públicos y privados, por eso bien se merece ser la Patrona de Italia junto con S. Francisco de Asís, A los 33 años moría el 29 DE ABRIL de 1380.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por oremosjuntos.com, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
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