sábado, 24 de octubre de 2020

Lecturas y Santoral 24/10/2020. Sábado de la vigesimonovena semana de Tiempo Ordinario

Cristo es la cabeza, del cual todo el cuerpo se procura el crecimiento
Primera Lectura. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 7-16
Hermanos: A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». Decir «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de si mismo en el amor. 

Palabra de Dios



 
Salmo Responsorial. 121, 1-2. 3-4a. 4b-5

Vamos alegres a la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.

Vamos alegres a la casa del Señor.

Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor.

Vamos alegres a la casa del Señor.

Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.

Vamos alegres a la casa del Señor.

Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho que murieron sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno? Pero el viñador respondió: "Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar"».

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de https://www.buigle.net



San Antonio Maria Claret, Fundador († 1879)

Nació en Sallent, diócesis de Vich (España), el año 1807. Ordenado sacerdote, recorrió durante años Cataluña y también las Islas Canarias, dedicado a las misiones rurales y a la predicación al clero, así como al apostolado de la prensa. Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos).

Ingresó al seminario de Vich (España) y allí recibió la ordenación sacerdotal. Fue luego nombrado como vicepárroco y pronto empezó el pueblo a conocer cuál era la cualidad principal que Dios le había dado: era un predicador impresionante, de una eficacia arrolladora. De todas partes lo llamaban a predicar misiones populares, predicando hasta diez sermones en un día. Viajaba siempre a pie y sin dinero.

Durante 15 años predicó incansablemente por el norte de España, y difícilmente otro predicador del siglo pasado logró obtener triunfos tan grandes como los del padre Claret. Al darse cuenta de la poderosa influencia de una buena lectura, se propuso emplear todo el dinero que conseguía en difundir buenos libros; mandaba imprimir y regalaba hojas religiosas por centenares de miles, y ayudó a fundar la librería religiosa de Barcelona. Él mismo redactó más de 200 libros y folletos sencillos para el pueblo que tuvieron centenares de ediciones.

La reina de España designó al Padre Claret como Arzobispo de La Habana en Cuba. Pese a la negativa del santo en aceptar el cargo, amigos religiosos muy cercanos a él, le convencieron de que asumiera el arzobispado alegando que primero y ante todo está siempre la voluntad del Señor. A partir de 1849 y por siete años San Antonio Claret se convirtió en el más ardoroso apóstol de Cuba, siempre pendiente de cualquier problema de sus feligreses de su archidiócesis; se entregó de lleno al ministerio episcopal, visitando su diócesis, condenando la esclavitud y atendiendo a sus fieles; tuvo muchos enemigos.

Regresó a España en 1857 como confesor de Isabel II, y así pudo influir en la designación de buenos obispos, en la organización de los estudios eclesiásticos en El Escorial y en la renovación de la vida religiosa. En 1849 al darse cuenta de que para mantener viva la fe del pueblo se necesitan sacerdotes entusiastas que vayan por campos y ciudades predicando y propagando buenas lecturas, se reunió con cinco compañeros y fundó la Comunidad de Misioneros del Corazón de María, que hoy se llaman Claretianos.

Actualmente son 3.000 en 385 casas en el mundo. Fundó también las Hermanas Claretianas que son 650 en 69 casas. Estas comunidades han hecho inmenso bien con su apostolado en muchos países.

Sus trabajos por el bien de la Iglesia le proporcionaron aún muchos sufrimientos. En 1868 acompañó a la reina en su destierro a Francia. Asistió al Concilio Vaticano en Roma en 1870. En el Concilio pronunció un gran discurso que fue muy aplaudido y muy bien comentado y elogiado.

En el monasterio cisterciense de Fontfroide (Languedoc) donde se había refugiado, después de haber escrito por orden del superior de su comunidad su autobiografía, enfermó y expiró el 24 de octubre de 1879. Tenía apenas 63 años. Después de su muerte, se le han atribuido numerosos milagros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario