Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso»Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Conocemos su vida gracias a la devoción de san Paulino, el obispo poeta que un siglo y medio más tarde se preocupó por recoger todas las informaciones posibles acerca de aquel venerado taumaturgo.
Hijo de un soldado de origen sirio, Félix era sacerdote en Nola, cerca de Nápoles, habiendo abrazado el servicio apostólico desde muy joven. Al morir su padre, Félix distribuyó su herencia entre los pobres y fue ordenado sacerdote por San Máximo, Obispo de Nola. Al iniciarse la cruel persecución de Decio contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño. Al no ser encontrado por los soldados romanos, Felix, quien lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado, cargado de cadenas y encerrado en el calabozo cuyo piso estaba lleno de vidrios.
Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en ayuda de su Obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío. Pudo salir por entre la dormida guardia guiado por el mensajero celestial. Entonces fue en busca del obispo Máximo, muy anciano y enfermo, y le ayudó a encontrar un refugio hasta que pasara el peligro.
En una nueva persecución, quizá la de Valeriano, confiscaron todos los bienes de Félix. Al morir Máximo quieren hacerle obispo, y él se niega, le dicen que puede reclamar sus bienes y se niega también, ya que no quiere recuperar lo que perdió por Cristo.
Y así, el que había estado a punto de ser mártir y era ya famoso por sus milagros, hasta su muerte sigue siendo un presbítero pobre sin ninguna distinción, porque le gusta pasar inadvertido viviendo con toda naturalidad para el servicio de las buenas gentes de Nola, feliz, como su nombre indica, de ser un sacerdote más.
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