jueves, 2 de junio de 2022

Lecturas y Santoral 02/06/2022 Jueves de la séptima semana de Pascua

Tienes que dar testimonio en Roma
Primera Lectura. Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11

En aquellos días, queriendo el tribuno conocer con certeza los motivos por los que los judíos acusaban a Pablo, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajando a Pablo, lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos». Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas) Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?». El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: - «¡Animo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma».

Palabra de Dios


Salmo Responsorial. 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

¡Que sean completamente uno!
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró, Jesús diciendo: - «No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Palabra de Dios


Santos Marcelino y Pedro

Marcelino era sacerdote y Pedro exorcista, y ambos fueron mártires. El papa san Dámaso es quien nos ha dejado las noticias de su muerte que oyó de boca del mismo verdugo. Fueron condenados a muerte en Roma durante la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, seguramente el año 304.

Para su ejecución los llevaron a un bosque fuera de la ciudad, a fin de que se desconociera el lugar de su sepultura. Allí los obligaron a cavar con sus manos su propia fosa, en la que los enteraron después de haberlos decapitado. Pero una piadosa matrona romana, llamada Lucilia, consiguió localizar los restos de los mártires, los recogió y los sepultó en el cementerio llamado Ad duas lauros, en la Vía Labicana de Roma donde, después de la paz de Constantino, su madre, santa Elena, hizo construir una basílica.

Oración: Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos la gracia de seguir sus ejemplos y de vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Félix de Nicosia, religioso (1715-1787)

Nació en Nicosia, en Sicilia, Italia; fue uno de tres hijos de un zapatero y una madre costurera, en una familia pobre y muy religiosa.

El joven Filippo Giacomo Amoroso ejerció el oficio de su padre, pero a la muerte de sus progenitores decide atender a sus inquietudes religiosas. A los 20 años, pidió su admisión en el convento de los capuchinos, de donde fue rechazado. Sin renunciar por ello a sus propósitos, el joven se entregó al trabajo, las plegarias y la mortificación, renovando cada cierto tiempo su solicitud en el convento. Por fin, luego de siete años fue admitido en el convento de los capuchinos en Mistreta donde profesó como hermano lego con el nombre de fray Félix de Nicosia.

Fue enviado entonces de vuelta a su ciudad natal para acompañar al hermano limosnero. Si bien en el convento de Nicosia fue zapatero, cocinero, portero, enfermero y hortelano, el oficio de limosnero, que ejerció por más de cuarenta años, le permitía tener un contacto directo y edificante con la gente.

San Félix de Nicosia destacó por sus elevadas virtudes, como la humildad, la caridad, la austeridad y la mansedumbre, así como una delicada espiritualidad que se manifestaba en la atención que recibía de los fieles, que se vieron beneficiados por sus favores y por algunos milagros que se le atribuyeron. Realizó curaciones milagrosas, sobretodo en la epidemia que sacudió el pueblo de Cerami, en 1777. Curó también las enfermedades del espíritu, convirtiendo a muchos pecadores, inclusive a algunos delincuentes presos, a quienes el beato socorría con alimentos y con la Palabra de Dios.

El 31 de Mayo de 1787, San Félix de Nicosia falleció en su convento a la edad de 78 años. Fue beatificado por el papa León XIII en 1888, y canonizado por Su Santidad Benedicto XVI el 23 de Octubre de 2005.

Oración: Oh San Félix, hijo de Sicilia, testimonio del amor de Cristo, amante de la Bienaventurada Virgen María, un hermano entre hermanos como San Francisco de Asís, custodio y protector de todos los buscadores de Dios; él todavía lleva hoy en día, en el bolso, la paz y la prosperidad, amor y esperanza de Dios. San Félix, un hombre de silencio y de la escucha, intercede ante el Padre, para regenerarnos, ante el Hijo para salvarnos, ante el Espíritu para santificarnos y conseguirnos ... (Pide una gracia ...) Para que contigo podamos alabar al Señor para siempre. Amen.

San Eugenio I Papa 75 (¿?-657)

Nació probablemente en Roma, o por lo menos en Italia, hijo de un ciudadano llamado Rufiniano; era una época de dificultad y debilidad para la Iglesia. Se conoce muy poca información acerca de la vida de San Eugenio I antes de su llegada a la Silla de San Pedro, salvo que ya estaba asentado en Roma desde tiempo atrás.

En el año 653, el emperador Constante I ordenó la captura violenta del papa, Martín I, a quien hizo encadenar y expulsó de la Ciudad Eterna rumbo a Constantinopla, donde habría de fallecer poco después. El clero romano, o bien la intervención directa del emperador, encontró sucesor en la persona de Eugenio I, pues se trataba de una persona recta y piadosa, con méritos suficientes para ejercer el Sumo Pontificado.

De este modo, en el año 654 San Eugenio I fue consagrado como septuagésimo quinto Papa de la cristiandad. A pesar de la supuesta cercanía con el emperador, ya como papa San Eugenio I denunció públicamente las vejaciones a las que había sido sometido su antecesor por las órdenes del emperador Constante. Es muy probable que San Eugenio I hubiera estado a punto de sufrir la misma suerte que el papa que lo precedió, pero lo impidió su repentina muerte.

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