El Señor apartó a Israel de su presencia y solo quedó la tribu de Judá
Primera Lectura. Segundo libro de los Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18
Este santo mártir nació en Beverley, Inglaterra, en el año 1469. A los 14 años ya era el estudiante más sobresaliente y, a los 20 fue nombrado profesor del colegio San Miguel. Se doctoró en la famosa Universidad de Cambridge, y a los 22 años, obtuvo ser dispensado de la falta de edad, y fue ordenado sacerdote. Poco después recibió el nombramiento de vicecanciller o vicerrector de la gran universidad.
En 1504, fue elegido nuestro santo como obispo de Rochester, cuando sólo tenía 35 años. Y él, como hacía con todos los cargos que le confiaban, se dedicó a este oficio con todas las fuerzas de su recia personalidad. Con un entusiasmo no muy frecuente en su época, se dedicó a visitar todas y cada una de las parroquias para observar si cada uno estaba cumpliendo con su deber, y animar a los no muy entusiastas. A los sacerdotes les insistía en la grave responsabilidad de cumplir muy exactamente sus deberes sacerdotales. Iba personalmente a visitar a los más pobres. Dedicaba, además, muchas horas al estudio y a escribir libros. Se hicieron famosos sus discursos fúnebres a la muerte del rey Enrique VII y en el funeral de la reina Margarita.
Aunque era obispo y además canciller de la universidad, llevaba una vida tan austera como la de un monje. No dormía más de seis horas. Hacía fuertes penitencias.
Cuando Lutero empezó a difundir los errores de los protestantes, el obispo Fisher fue elegido para atacar tan fatales errores, y escribió cuatro libros para combatir los errores de los luteranos. En un Sínodo de Inglaterra, el obispo Fisher protestó fuertemente contra la mundanalidad de algunos eclesiásticos, y la vanidad de aquellos que buscaban altos puestos y no la verdadera santidad. Cuando el rey Enrique VIII dispuso divorciarse de su legítima esposa y casarse con su concubina Ana Bolena, el obispo Juan Fisher fue el primero en oponerse. Y aunque muchos altos personajes, por conservar la amistad del rey, declararon que ese divorcio sí se podía hacer, en cambio Juan, aún con peligro de perder sus cargos y ser condenado a muerte, declaró públicamente que el matrimonio católico es indisoluble.
El terrible rey Enrique VIII se declaró jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra en reemplazo del Sumo Pontífice, y todos los que deseaban conservar sus altos puestos en el gobierno y en la Iglesia, lo apoyaron. Pero Juan Fisher declaró que esto era absolutamente equivocado y en pleno Parlamento exclamó: “Querer reemplazar al Papa de Roma por el rey de Inglaterra, como jefe de nuestra religión es como gritarle un ‘muera’ a la Iglesia Católica”.
Las amenazas de los enemigos empezaron a llegar sobre él. Dos veces lo llevaron a la cárcel. Otra vez trataron de envenenarlo. Le inventaron toda clase de calumnias, y como no lograron intimidarlo, lo mandaron encerrar en la Torre de Londres. Tenía entonces 66 años.
Estando en prisión, recibió del sumo Pontífice el nombramiento de Cardenal. El impío rey exclamó: “Le mandaron el sombrero de Cardenal, pero no podrá ponérselo, porque yo le mandaré cortar la cabeza”. Y así fue.
El 17 de junio de 1535 le leyeron la sentencia de muerte. El rey Enrique VIII mandaba matarlo por no aceptar el divorcio y por no aceptar que el rey reemplazara al Papa en el gobierno de la Iglesia Católica. Al llegar al sitio donde le van a cortar la cabeza, el venerable anciano se dirige a la multitud y les dice a todos que muere por defender a la Santa Iglesia Católica fundada por Jesucristo. Recita el “Tedeum” en acción de gracias y, muere.
Nació San Silverio en la provincia de Campania, y fue puesto en la Silla de San Pedro por muerte de Agapito. Depuesto por éste Autimo, patriarca de Constantinopla, deseaba Teodora, mujer del emperador Justiniano, también hereje, que aquél fuese restituido a su silla por Silverio, y al efecto escribió a Belisario, a la sazón en Italia, para que le ayudara en su deseo.
Belisario procuró convencer a Silverio, mas sin conseguirlo, y entonces dio el encargo a su mujer Antonina, por si ella era más feliz. Esta fingió una carta en que Silverio escribía a los godos que les entregaría la ciudad si fuesen a Italia, y con este falso pretexto le desnudaron del hábito pontificial y le vistieron de monje, y con buena guarda le enviaron desterrado a la isla de Poncia, donde, consumido de calamidades, miserias y mal tratamiento, vino a morir.
La Iglesia le celebra como mártir, porque murió en defensa de la justicia.
Fue su dichoso tránsito el día 20 de Junio año de la redención del mundo de 540.
Vigilio, su sucesor, fue menos maleable de lo que esperaba Teodora y acabó renunciando a la cátedra apostólica que había usurpado, aunque a la muerte de Silverio fue elegido canónicamente como papa. Con él Roma tuvo durante un largo periodo una política titubeante e insegura, que acentuaba aún más la firmeza heroica de que había dado muestras Silverio.
Nos encontramos ante un caso verdaderamente prodigioso. Cuatro hermanos santos y reconocidos como tales por la Iglesia: San Leandro, San Isidoro, San Fulgencio y nuestra biografiada Santa Florentina.
Los padres de nuestra santa se llamaron Severiano y Túrtura y supieron educar cristianamente a sus hijos cuyos frutos ahora reconocemos.
Su padre desempeñaba un alto cargo en Cartagena pero por razones políticas parece que hubo de emigrar a Sevilla por el 554.
Aquí continuaron dando maravilloso ejemplo de unión y de vivencia de las virtudes cristianas. Leandro llegará a ser Arzobispo de Sevilla y una vez muertos sus padres, se encargará de formar a sus hermanos menores: Isidoro, que será también Arzobispo de Sevilla y una gran lumbrera de España y San Fulgencio que fue obispo de Écija, así como a S. Florentina.
Su juventud fue tan santa como podía esperarse de aquel hogar donde reinaba el amor y temor santo de Dios. El trabajo y la formación espiritual era a lo que estaban entonces llamadas, especialmente las mujeres de la época visigoda, a la que pertenecen de lleno estos cuatro santos hermanos.
Consagra su virginidad en el monasterio benedictino sevillano de Santa María del Valle, junto a Écija. donde llegaría a ser abadesa y ejemplo y consejo para otros monasterios.
Vale la pena traer aquí los consejos que en un precioso tratado daba San Leandro a su hermana Florentina valiéndose del nombre de su piadosa madre, Turtur, en latín, que significa tórtola en castellano: “No quieras irte del tejado en donde la tórtola tiene sus pequeñuelos. Eres hija de la inocencia, del candor, tú precisamente que tuviste a la tórtola por madre. Pero ama mucho más a la Iglesia, tórtola mística que todos los días te engendra para Cristo. Descanse tu ancianidad en su seno, como antaño descansabas y tu ardor mecías en el regazo de la que cuidó tu infancia."
El mismo San Leandro escribirá para su hermana y las demás monjas de su tiempo un precioso tratado que vendrá a ser como una especie de Regla que influirá grandemente sobre todos los monasterios femeninos de su tiempo.
Le dice entre otras cosas que sea servicial con las hermanas que viven con ella y que procure no hacer sufrir a ninguna. Debe procurar leer y orar continuamente. Cuando tenga que hacer algún trabajo debe procurar que otra le lea algo. Si vive la vida comunitaria, su vida se parecerá a la de los Apóstoles. Debe procurar permanecer siempre en el mismo monasterio. Y un consejo para ella que era superiora: Que sea discreta para saber lo que debe conceder y negar según las necesidades de cada una. Que no tenga peculio, ya que todo en el Monasterio es común. Buenas reglas que siempre procuró vivir Florentina y que viviéndolas llegó a la perfección. Murió por el 636.
Sus reliquias principales se conservan en la catedral de Murcia y en El Escorial. Es Patrona de la diócesis de Plasencia.
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