Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo
Primera Lectura. Hechos de los apóstoles 5, 27-33
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca.Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor.
El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Nació el año 1274 en Gracciano Vecchio, cerca de Montepulciano (Toscana, Italia) en la segunda mitad del siglo XIII de familia noble. Se cuenta que desde la cuna, la pequeña Inés Segni ya daba muestras de santidad, pues alrededor de su lecho solían aparecerse enigmáticas luces.
Cuando tenía apenas nueve años entró al monasterio de Montepulciano, donde la pobreza era la norma de vida. Sin embargo, la pequeña cumplía con gran celo con sus obligaciones monásticas y con el ejercicio de la regla.
Igualmente a corta edad, junto con su maestra Margarita promovió la fundación de un monasterio en Viterbo. Y debido a sus virtudes, y para sorpresa de la santa, fue elegida abadesa cuando contaba con sólo quince años de edad. Y aunque por humildad intentó rechazar el nombramiento, la intercesión del Papa la obligó a aceptarlo.
Finalmente, tras 22 años de servir en Viterbo, ofreciendo con su vida un ejemplo de oración y de amor a Dios y a su comunidad, Santa Inés regresa a Montepulciano, donde sus conciudadanos la han llamado para que esté al frente del monasterio que ella había mandado fundar ahí en 1306. El monasterio quedó bajo la dirección de la orden de Santo Domingo, cuyo camino de perfección fue el que inspiró a Santa Inés.
Raimundo de Capua como biógrafo nos cuenta de ella los prodigios que se vinculan a su paso por la tierra; la vida de Santa Inés de Montepulciano estuvo rodeada de acontecimientos sobrenaturales, como levitación de ella misma al estar en oración, o que se cubría de copos blancos en forma de cruz cual bendito maná, o como que brotaban flores en los sitios donde ella se ponía de rodillas a rezar. También el favor que le concedió la Virgen poniendo en sus brazos al Niño Jesús (antes de devolvérselo a su Madre, cogió la crucecita que llevaba al cuello y la guardó como el más preciado de los tesoros).
Santa Catalina de Siena, nacida unos años después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano -una santa que habla de otra santa- la humildad, el amor a la Cruz, y la fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, donde pone en boca de Jesucristo un conmovido elogio de Inés de Montepulciano: "La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma".
Santa Inés de Montepulciano fue canonizada por el Papa Benedicto XIII en 1726.
Oración: Oh Dios, que enriqueciste a tu esposa Santa Inés con un admirable fervor en la oración; concédenos que, a imitación suya, teniendo siempre en ti nuestro corazón, podamos conseguir el fruto excelente de sentirnos hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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