PRIMERA LECTURA
Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 12-22
Hermanos:
Antes no teníais un Mesías, erais extranjeros a la ciudadanía de Israel y ajenos a las instituciones portadoras de la promesa. En el mundo no teníais ni esperanza ni Dios. Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos.
Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.
Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14 (R.: 9)
R. Dios anuncia la paz a su pueblo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R.
Aleluya Lc 21, 36
Estad siempre despiertos,
pidiendo fuerza para manteneros en pie
ante el Hijo del hombre.
EVANGELIO
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os seguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos».
Palabra del Señor.
Karol Józef Wojtyla nació en Wadowice (Polonia) el año 1920. Durante la ocupación nazi tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química.
Estudió en las universidades de Cracovia, Roma y Lublin. Se ordenó de sacerdote en 1946 y en 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia. Participó en el Concilio Vaticano II. Elegido papa el 16 de octubre de 1978, tomó el nombre de Juan Pablo II.
Ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero. Realizó muchos viajes apostólicos. Celebró innumerables encuentros con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. Su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994.
Promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones. Para mostrar al pueblo ejemplos de santidad de hoy, declaró 1338 beatos y 482 santos. Publicó incontables documentos, reformó el Código de Derecho Canónico.
Falleció el 2 de abril de 2005, fue beatificado por Benedicto XVI en 2011 y canonizado el 27 de Abril de 2014 por el Papa Francisco. Su memoria se celebra el 22 de octubre.
Oración: Oh Dios, rico en misericordia, que has querido que el beato Juan Pablo II, papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Santa María Salomé tenía tanto amor por Jesucristo, que le siguió hasta el Calvario, con Santa María Magdalena y María, madre de Santiago. Así, en el momento en que los discípulos abandonaban al Salvador, esta santa mujer le permaneció fiel.
Ella proporcionó perfumes para ungir el cuerpo de Jesucristo y, el domingo, fue al santo sepulcro muy de mañana con sus dos compañeras. Allí, encontraron a un ángel que les anunció la resurrección de Jesucristo.
San Hilarión, santo de la abstinencia y del ayuno perpetuo, nació en Palestina. Fue a estudiar a Alejandría, en una escuela cristiana que fue instancia de su conversión.
Al escuchar noticias del famoso monje San Antonio Abad decidió visitarlo en el desierto. Estuvo en su compañía durante dos meses y se quedó admirado de la gran santidad de este monje y de su bondad exquisita, como también de los ayunos y mortificaciones que hacía, por lo que se propuso imitarlo en cuanto más le fuera posible.
Pero viendo que en Egipto eran muchas las personas que iban a visitar a San Antonio para pedirle consejos, y tras vender las posesiones que le había dejado su padre y repartirlo ente los pobres, regresó a su patria, Palestina, a vivir en perfecta soledad en un desierto, meditando y orando.
Cuando ya llevaba 20 años haciendo penitencia en el desierto, unos esposos acudieron a él a pedirle que rezara para que en su hogar hubiera hijos, pues eran estériles. San Hilarión oró por ellos y Dios les concedió la gracia de tener varios hijos. Este milagro del santo, conllevó a que éste se volviera sumamente popular en los alrededores, y de todos lados, empezaron a llegar una multitud de personas para visitarlo y pedirle consejos y oraciones.
Imitando su ejemplo, muchos personas fueron a vivir en cabañas desoladas para meditar y orar, bajo la dirección y guía del santo, quien además les enseñaba el arte de orar, de meditar y de saber dominar el cuerpo por medio de mortificaciones costosas.
Al cumplir los 65 años, San Hilarión se dio cuenta que no le era posible vivir en soledad, pues un gran número de monjes le pedían dirección espiritual, así como también, muchos peregrinos llegaban a suplicarle oraciones y pedirle consejos, por lo que decidió retirarse a un lugar más alejado y solitario en los desiertos de Egipto. A causa de una severa sequía que azotaba la región, San Hilarión tuvo que mudarse a la Isla de Sicilia estableciéndose con varios de sus discípulos en un sitio muy deshabitado.
Tras ganarse el cariño y la estimación de los habitantes de lugares aledaños, quienes admiraban su santidad, sus milagros y sencillez, se trasladó, junto con sus discípulos, a la isla de Chipre, donde nuevamente su fama de milagroso y santo se extendió por toda la Isla debido a que logró impedir un gran maremoto en la costa de la ciudad. Sus últimos días los pasó en una altísima roca, sumida en la oración y en las meditaciones, falleciendo a la edad de 80 años.
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