Se independizó Israel de la casa de David
Primera Lectura. Reyes 11, 29 32; 12, 19
Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán: «Cógete diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: "Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel."» Así fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.
Palabra de Dios.
Palabra de Dios.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
Salmo Responsorial Salmo 80, 10 11 ab. 12-13. 14-15
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
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Hace oír a los sordos y hablar a los mudos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo - Marcos 7, 31 37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
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Eulalia de Barcelona, virgen y mártir (┼ 304)
Dos ciudades, Mérida y Barcelona, se glorían de tener entre sus antecesores egregios una santa mártir con el mismo nombre. Hay quien soluciona un posible problema histórico con la consideración de que la santa barcelonesa es un doblete de la santa emeritense. Cierto que las circunstancias en las que tuvo lugar el martirio, la época, las personas, el mismo nombre de la santa, su juventud y las mismas referencias consecuentes a su partida del mundo de los vivos, propician considerarla como un único martirio narrado en dos lugares diferentes y contrapuestos en la geografía hispana, unificando la persona de la mártir. Si esto fuera así, significaría el gran impacto social que debió causar el acontecimiento y la ejemplaridad que proporcionó a la sufrida comunidad cristiana en aquellos tiempos difíciles. No obstante, esto no daría explicación suficiente a los testimoniados sucesos ocurridos milagrosamente en Barcelona cuando se descubre el sepulcro de la santa y su culto posterior.
La época es el comienzo del siglo IV, durante la persecución de Maximiano y Diocleciano, siendo Decio el pelele macabro que pone mártires cristianos en los lugares que pisa con la ilusión de extirpar del Imperio ese nombre. En todas las épocas hubo -también hoy- sujetos que, amparados por la fuerza que da el poder y detrás del velo del cumplimiento del deber legal, niegan al hombre la posibilidad de ser o de ser personas libres con el derecho a la inviolabilidad de su conciencia individual. A estos, la Historia los llama tiranos. También en todas las épocas -y más en las que más lo necesitan- aparecen con vehemencia personas que en su aparente debilidad muestran con sus palabras y obras lo indomable e irreductible del hombre y la fuerza arrolladora de la verdad. A estos, la Iglesia los llama santos. Esa es obra de Dios y ellos o ellas el espejo para el seguro caminar.
Eulalia de Barcelona es la niña-joven que ha nacido en buena familia. Su niñez de cristiana ha sido un continuo aprender en su casa con la mirada puesta en el buen Jesús; en la iglesia doméstica que es su familia aprendió el ABC de la Salvación. Se han publicado edictos de persecución; ya algunos han sido forzados por la autoridad y se habla de sangre vertida por fidelidad. Un día madruga, sale de casa con el sol, hace el camino tan largo como animoso. Espontáneamente se sitúa ante el gobernador y aquí es difícil separar lo que fue hecho y lo que es adición posterior del comentario que sublima la quintaesencia de la entrega a Dios. La joven-niña no insinúa, afirma, en el diálogo con su interlocutor: los dioses paganos son falsos, inútiles, y no pasan de ser demonios; quien les sirve ofende al único Dios y será castigado por Él. «Yo soy sierva de Cristo, rey de reyes y señor de señores». Sí, y no hay autoridad que le haga cambiar; en el sufrimiento será asistida por su Amor. La arrogancia del poder se queda sin fuerza ante los hechos que avalan palabras; no han servido las palabras blandas, ni las amenazas crueles, ni los azotes, ni el potro, ni las uñas arrancadas, ni el fuego en su blanca carne que hasta quemó a sus propios verdugos. Una paloma blanca salió de su boca cuando murió. El asombro de los que lo han visto todo es estupor. Al poderoso del mundo solo le queda la rabia de su derrota que intenta inútilmente compensar crucificando el cuerpo muerto y dejarlo sin enterrar. Una nevada oportuna quiso cubrir la desnudez de Eulalia.
Sea como fuere el asunto de Eulalia de Barcelona, de Eulalia de Mérida, de una misma o de dos Eulalias -el estado actual de la investigación no permite ir más allá de la constatación aceptada de dos santas vírgenes mártires-, el hecho es que tanto en una ciudad como en la otra se honra a Dios por la fortaleza intrépida de una joven cristiana que proclama la verdad ante el mundo y cuyo nombre era Eulalia.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por la parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
La época es el comienzo del siglo IV, durante la persecución de Maximiano y Diocleciano, siendo Decio el pelele macabro que pone mártires cristianos en los lugares que pisa con la ilusión de extirpar del Imperio ese nombre. En todas las épocas hubo -también hoy- sujetos que, amparados por la fuerza que da el poder y detrás del velo del cumplimiento del deber legal, niegan al hombre la posibilidad de ser o de ser personas libres con el derecho a la inviolabilidad de su conciencia individual. A estos, la Historia los llama tiranos. También en todas las épocas -y más en las que más lo necesitan- aparecen con vehemencia personas que en su aparente debilidad muestran con sus palabras y obras lo indomable e irreductible del hombre y la fuerza arrolladora de la verdad. A estos, la Iglesia los llama santos. Esa es obra de Dios y ellos o ellas el espejo para el seguro caminar.
Eulalia de Barcelona es la niña-joven que ha nacido en buena familia. Su niñez de cristiana ha sido un continuo aprender en su casa con la mirada puesta en el buen Jesús; en la iglesia doméstica que es su familia aprendió el ABC de la Salvación. Se han publicado edictos de persecución; ya algunos han sido forzados por la autoridad y se habla de sangre vertida por fidelidad. Un día madruga, sale de casa con el sol, hace el camino tan largo como animoso. Espontáneamente se sitúa ante el gobernador y aquí es difícil separar lo que fue hecho y lo que es adición posterior del comentario que sublima la quintaesencia de la entrega a Dios. La joven-niña no insinúa, afirma, en el diálogo con su interlocutor: los dioses paganos son falsos, inútiles, y no pasan de ser demonios; quien les sirve ofende al único Dios y será castigado por Él. «Yo soy sierva de Cristo, rey de reyes y señor de señores». Sí, y no hay autoridad que le haga cambiar; en el sufrimiento será asistida por su Amor. La arrogancia del poder se queda sin fuerza ante los hechos que avalan palabras; no han servido las palabras blandas, ni las amenazas crueles, ni los azotes, ni el potro, ni las uñas arrancadas, ni el fuego en su blanca carne que hasta quemó a sus propios verdugos. Una paloma blanca salió de su boca cuando murió. El asombro de los que lo han visto todo es estupor. Al poderoso del mundo solo le queda la rabia de su derrota que intenta inútilmente compensar crucificando el cuerpo muerto y dejarlo sin enterrar. Una nevada oportuna quiso cubrir la desnudez de Eulalia.
Sea como fuere el asunto de Eulalia de Barcelona, de Eulalia de Mérida, de una misma o de dos Eulalias -el estado actual de la investigación no permite ir más allá de la constatación aceptada de dos santas vírgenes mártires-, el hecho es que tanto en una ciudad como en la otra se honra a Dios por la fortaleza intrépida de una joven cristiana que proclama la verdad ante el mundo y cuyo nombre era Eulalia.
Santoral confeccionado consultando: el preparado por la parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, Aciprensa.com, archimadrid.es
When I saw the picture from today, I knew just what today's Gospel was: 'Effatah.' Many months ago, Fr. Tony spoke of this with us...in relation to certain rituals associated with baptism, also the three crosses we make before the reading of the Word...may my Mind be open to Understand, my Mouth be open to Speak, and my heart be open to Love...the Word of God.
ResponderEliminarAgain, at the Shrine of the Infant Jesus in Prague, they were speaking of it, effatah, effatah. I realised that this is what Jesus desired of me--to open myself. Did you see in the picture, the man has put himself entirely in Jesus's hands, like a patient relying on his doctor? This is what true openness to God means. Our ears need to be open to hear the Word, and our mouth opened to proclaim it.
'Praise be to the Lord Jesus Christ.'
Erin