La nube cubrió la Tienda del Encuentro, y la gloria del Señor la llenó
Primera Lectura. Éxodo 40, 16-21. 34-38
Palabra de Dios
R. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Diosa vivir con los malvados.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?".
Ellos le responden: "Sí".
Él les dijo: "Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo".
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Palabra de Dios
Era natural de Tiatira, ciudad de Asia, pero vivía en Filipos (Macedonia). Su familia fue la primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada. Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese color. Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se mirase como se mirase. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente, compartiéndolas con los necesitados y con quienes trabajaban con ella. Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
Se sabe que llegó en un barco de los de entonces de la Grecia de Asia y se instaló en Filipos. La razón no fue otra que ser un buen puerto en el mar Egeo, ya que era muy conocido en aquellos años por su magnífico comercio en tejidos y en púrpura. Pero no fue la abundancia de piezas, ni la facilidad de transporte lo que a Lydia le engrandeció y le devolvió aún más la alegría que llevaba en su corazón de joven guapa.
Lo que verdaderamente le llevó a la gloria de su triunfo personal fue el encuentro con el apóstol San Pablo y el evangelista San Lucas, y por la predicación de ellos se convirtió esta mujer. Tanta fue la amistad que les unió que ella misma los invitó a que vivieran en su casa mientras que duró su predicación en aquella ciudad.
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