jueves, 25 de febrero de 2021

Lecturas y Santoral 25/02/2021. Jueves de la primera semana de Cuaresma

No tengo más defensor que tú
Primera Lectura. Ester 4, 17k. I-z
En aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor Y se postró en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo: «¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro. Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación».

Palabra de Dios

Salmo Responsorial. 137, 1-2a. 2bc y 3. 7c-8

Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario.

Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad; porque tu promesa supera tu fama. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.

Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

Todo el que pide recibe
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».

Palabra de Dios

San Valerio del Bierzo S. VII

San Valerio fue sin duda alguna uno de los santos que más duramente haya sido perseguido durante toda su vida. No fue el suyo un camino de rosas.

Nació en la Provincia de León, cerca de Astorga, a principios del siglo VII y por estas cercanías pasó casi toda su larga vida yendo de una a otra parte y encontrando dificultades de todo tipo para poder tomar una residencia fija para lo que él ansiaba: Servir a Dios en la oración y penitencia.

Recibida una esmerada educación cristiana, trató de vivir siempre de acuerdo con ella. Pronto se dio cuenta de que la juventud caminaba por las vías del abandono religioso y de la entrega a los placeres de la carne, y él huyendo se quiso retirar a un Monasterio famoso en su tiempo y que había fundado unos años antes el santo Obispo de Braga San Fructuoso. A pesar de sus buenas intenciones y excelentes cualidades que le adornaban, no fue admitido en aquel monasterio, porque otros eran los planes que la Divina Providencia tenía sobre él. Debía cargar con la cruz de la persecución y de la penitencia, sobre todo, de la que conlleva la inseguridad y vida nómada a la que desde ahora se verá forzado en todas partes. Bien se le podía nombrar patrón de los hombres que van de camino, de los que se hallan faltos de seguridad.

Como sentía un atractivo irresistible hacia la vida de soledad y silencio, se retiró a una ermita, sita cerca del castillo de la Piedra, no lejana a la villa de Astorga. Allí se entregó a la oración, al ayuno y la maceración de su cuerpo. Pronto corrió la voz por aquellos contornos de la santidad de vida de aquel joven ermitaño y muchos acudían a visitarle, a pedirle sus oraciones y consejos para su caminar espiritual. Esta ermita estaba a cargo de un clérigo que se llamaba Flayno. Al ver las ricas limosnas que le entregaban todos los buenos visitantes para su sustento y para que pudiera hacer limosnas a los que siendo más pobres que él le visitaban pronto se despertó en el corazón del ávaro Flayno deseo de apoderarse de todo aquello y le exigía le entregase todo que le daban. Más aún, le obligó a marcharse de allí y los buenos cristianos acudían al nuevo paradero de Valerio y allá iban a parar sus limosnas. Flayno no dudó de acudir allá y quería apoderarse también de estas limosnas que ya nada tenían que ver con su ermita. Llegó incluso a pegarle y burlarse de él.

Sus admiradores le adquirieron una ermita en un pueblecillo llamado Ebronato y allí se sentía dichoso entregado a la oración y penitencia. Pronto el amo de aquella heredad, llamado Racimino, empezó a tenerle envidia de ver lo admirado y querido que era de todo el mundo y trató de echarlo de su finca con los mayores improperios. Puso al frente de aquella iglesia a un tal Justo, diácono, que no tenía de justo más que el nombre y también trató de hacer la vida imposible al pacífico ermitaño Valerio. Lo veían los fieles y trataban de ayudarle, pero no siempre podían hacerlo.

Por fin, después de más de veinte años de duras pruebas y persecuciones de todo tipo, recibió la inspiración del cielo de que se trasladase a la región del Bierzo, y allí edificase una Ermita que sería su cobijo hasta su muerte. Así lo hizo y en aquel lugar tan solitario, lejos del mundanal ruido, se entregó a la más dura penitencia y prolongada oración. El Señor le bendijo copiosamente y obraba muchos prodigios por su medio.

Hizo el voto de no perder ni un minuto de tiempo, y así, cuando terminaba su oración se entregaba a trabajos manuales o a escribir, ya que también, a pesar de su escasa formación literaria, nos dejó preciosos tratados espirituales y varias vidas ejemplares. Por fin un 25 de febrero, de finales del siglo VII, expiró en el Señor.

Santos Vitorino y compañeros mártires

Victorino, Victor, Nicéforo, Claudiano, Dióscoro, Serapión y Papias eran ciudadanos de Corinto, al principio del reinado de Decio, y confesaron ahí mismo la fe en Nuestro Señor ante el procónsul Tercio. Luego de ser torturados fueron enviados a Egipto y completaron su martirio a manos del gobernador Sabino.

Victorino y Victor fueron despedazados en un mortero de mármol, Nicéforo saltó por su propio pie al mismo pozo de destrucción, al final su audacia molestó al juez quien ordenó se le matara a golpes. Claudiano fue descuartizado, Diáscoro fue quemado vivo, mientras que Serapión fue colgado de los pies y luego fue decapitado, y finalmente Papias, fue arrojado al mar con una piedra atada al cuello.

La ejecución de los mártires tuvo lugar el 25 de febrero, día en que es conmemorado por los Martirologio de occidente. Los griegos veneran su memoria el 21 de enero, fecha en que confesaron la fe en Corinto.

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