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domingo, 17 de noviembre de 2019

Lecturas y Santoral 17/11/2019. Domingo de la trigesimotercera semana de Tiempo Ordinario

A vosotros os iluminará un sol de justicia.
Primera Lectura. Malaquias 3, 19-20a

He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a sus sombra.

Palabra de Dios.


Salmo Responsorial. 97, 5-6. 7-9a. 9bc
El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos,
aclamen los montes.

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Al Señor, que llega
para regir la tierra.

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
Si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Segunda Lectura. Segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12

Hermanos:
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.
No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.
Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo.
A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Palabra de Dios.


Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas 21. 5-19
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo.
«Esto que contempláis, llegarán un días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: "Yo soy", o bien: "Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndonos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de https://www.buigle.net


Santa Isabel de Hungría (1207-1231)


Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres - Conrado de Marburgo

De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)


Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Lecturas y Santoral 17/11/2018. Sábado de la trigesimosegunda semana de Tiempo Ordinario

Debemos sostener a los hermanos, para hacernos colaboradores de la verdad
Primera Lectura. Tercera carta del apóstol san Juan 5-8
Querido amigo Gayo:
Te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la Iglesia.
Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por el Nombre, sin aceptar nada de los paganos. Por eso debemos sostener nosotros a hombres como estos, para hacernos colaboradores de la verdad.

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/


Salmo Responsorial. 111, 1-2. 3-4. 5-6
Dichoso quien teme al Señor.
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

Dichoso quien teme al Señor.
En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad dura por siempre.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso quien teme al Señor.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

Dichoso quien teme al Señor.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/
Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer:
"Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
"Hazme justicia frente a mi adversario."
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
'Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme'".
Y el Señor añadió:
"Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/


Santa Isabel de Hungría (1207-1231)


Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres - Conrado de Marburgo

De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)


Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

Santoral confeccionado consultando el preparado por: vatican.va, www.enciclopediacatolica.com, aciprensa.com, corazones.org, caminando con Jesus, mercaba, El almanaque, monover.com, Arhidiócesis de Madrid, web católico de Javier, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, www.corazones.org, vatican.va, catholic.net, oremosjuntos.com

"La Palabra de nuestro Señor es lámpara para nuestros pasos, y el ejemplo de los Santos de la Iglesia que se nos regala cada día, como una sucesión interminable de fiestas, es estímulo y fuerza continua; por eso me encanta preparar y compartir las lecturas cada día y disfrutar con su enseñanza."

viernes, 17 de noviembre de 2017

Lecturas y Santoral 17/11/2017. Viernes de la trigesimosegunda semana de Tiempo Ordinario

Si han sido capaces de escudriñar el Universo, ¿cómo no encontraron a su señor?
Primera Lectura. Sabiduría 13, 1-9

Son necios por naturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles, ni de reconocer al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa y a los luceros del cielo, regidores del mundo.
Si, cautivados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el mismo autor de la belleza.
Y si los asombró su poder y energía, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo, pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre por analogía a su creador.
Con todo, estos merecen un reproche menor, pues a lo mejor andan extraviados, buscando a Dios y queriéndolo encontrar.
Dan vueltas a sus obras, las investigan y quedan seducidos por su apariencia, porque es hermoso lo que ven.
Pero ni siquiera estos son excusables, porque, si fueron capaces de saber tanto que pudieron escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Señor?

Palabra de Dios

Salmo Responsorial. 18, 2-3. 4-5

El cielo proclama la gloria de Dios.
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

El cielo proclama la gloria de Dios.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

El cielo proclama la gloria de Dios.
El día que se revele el Hijo del hombre
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas, 17, 26-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.
Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.
Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre.
Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acordaos de la mujer de Lot.
El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará.
Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán".
Ellos le preguntaron:
"¿Dónde, Señor?".
Él les dijo:
"Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres".

Palabra de Dios


Santa Isabel de Hungría (1207-1231)


Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres - Conrado de Marburgo

De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)

Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

"La Palabra de nuestro Señor es lámpara para nuestros pasos, y el ejemplo de los Santos de la Iglesia que se nos regala cada día, como una sucesión interminable de fiestas, es estímulo y fuerza continua; por eso me encanta preparar y compartir las lecturas cada día y disfrutar con su enseñanza."

jueves, 17 de noviembre de 2016

Lecturas y Santoral 17/11/2016. Jueves, trigésimo tercera semana del Tiempo Ordinario

El Cordero fue degollado y con su sangre nos compró de toda nación
Primera Lectura. Apocalipsis 5, 1-10
Yo, Juan, vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:
"¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?".
Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el rollo y ver su contenido. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo.
Pero uno de los ancianos me dijo:
"No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos".
Entonces vi delante del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie; se notaba que lo habían degollado, y tenía siete cuernos y siete ojos - son los siete espíritus que Dios ha enviado a toda la tierra -. El Cordero se acercó, y el que estaba sentado en el trono le dio el libro con la mano derecha.
Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante él; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume - son las oraciones de los santos -. Y entonaron un cántico nuevo:
"Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra".

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/


Salmo Responsorial. 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b
Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles.

Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
Official readings of the Liturgy in English at http://www.usccb.org/
¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas 19, 41-44
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
-"¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida".

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es y www.ciudadredonda.org
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Santa Isabel de Hungría (1207-1231)



Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres
Conrado de Marburgo


De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)

Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

Santoral confeccionado consultando el preparado por: catholic.net, franciscanos.org, santoral-virtual.blogspot.com.es, www.churchforum.org, magnificat.ca, aciprensa.com, mercaba.org, archivalencia.org, vatican.va, www.enciclopediacatolica.com, corazones.org, caminando con Jesus, El almanaque, monover.com, Arhidiócesis de Madrid, web católico de Javier, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, oremosjuntos.com

"La Palabra de nuestro Señor es lámpara para nuestros pasos, y el ejemplo de los Santos de la Iglesia que se nos regala cada día, como una sucesión interminable de fiestas, es estímulo y fuerza continua; por eso me encanta preparar y compartir las lecturas cada día y disfrutar con su enseñanza."

martes, 17 de noviembre de 2015

Lecturas y Santoral 17-11-15

Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente la muerte por amor a nuestra Ley
Primera Lectura. Macabeos 6, 18-31
En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo.
Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.
Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración.
Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido:
-"¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley."
Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar.
El, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros:
-"Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él. "
Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

Palabra de Dios.

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Macabeos 6 martirio de Eleazar
Salmo Responsorial. 3, 2-3. 4-5. 6-7
El Señor me sostiene.
Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mi;
cuántos dicen de mí:
"Ya no lo protege Dios."

El Señor me sostiene.
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.

El Señor me sostiene.
Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

El Señor me sostiene.
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El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lucas 19, 1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-"Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa."
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
-"Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador."
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
-"Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más."
Jesús le contestó:
-"Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."

Palabra de Dios.

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Zaqueo
Santa Isabel de Hungría (1207-1231)



Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres - Conrado de Marburgo
De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)


Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

Santoral confeccionado consultando el preparado por: catholic.net, franciscanos.org, santoral-virtual.blogspot.com.es, www.churchforum.org, magnificat.ca, aciprensa.com, mercaba.org, archivalencia.org, vatican.va, www.enciclopediacatolica.com, corazones.org, caminando con Jesus, El almanaque, monover.com, Arhidiócesis de Madrid, web católico de Javier, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, oremosjuntos.com

"La Palabra de nuestro Señor es lámpara para nuestros pasos, y el ejemplo de los Santos de la Iglesia que se nos regala cada día, como una sucesión interminable de fiestas, es estímulo y fuerza continua; por eso me encanta preparar y compartir las lecturas cada día y disfrutar con su enseñanza."

lunes, 17 de noviembre de 2014

Lecturas y Santoral 17-11-14

Recuerda de dónde has caído y arrepiéntete
Primera Lectura. Comienzo del libro del Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5a

Ésta es la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo, para que muestre a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Dio la señal enviando su ángel a su siervo Juan. Éste, narrando lo que ha visto, se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito, porque el momento está cerca.
Juan, a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y era y viene, de parte de los siete espíritus que están ante su trono.
Oí cómo el Señor me decía: "Al ángel de la Iglesia de Éfeso escribe así:
'Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y anda entre los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mi y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes.'"

Palabra de Dios.

Lecturas obtenidas de www.archimadrid.es
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Juan-Apocalipsis-Martires-cordero
Salmo Responsorial 1, 1-2. 3. 4 y 6

salmoAl que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida.
Será como un árbol,
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida.

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¿Qué quieres que haga por ti? -Señor, que vea otra vez
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo - Lucas 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: -"Pasa Jesús Nazareno."
Entonces gritó: -"¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!"
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -"¡Hijo de David, ten compasión de mi!"
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó: -"¿Qué quieres que haga por ti?"
Él dijo: -"Señor, que vea otra vez."
Jesús le contestó: -"Recobra la vista, tu fe te ha curado."
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra de Dios.

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Jesus-curación-hombre-ciego
Santa Isabel de Hungría (1207-1231)


Nació en Sárospatak, en el norte de Hungría, en una familia de la alta nobleza con una estirpe de santidad. Santa Isabel fue hija del rey de Hungría Andrés II y de Gertrudis de Carintia y Andechs-Meran. Su tía Santa Eduvigis, y una sobrina nieta suya habría de convertirse más tarde en Santa Isabel de Portugal.

Por motivos políticos, cuando Isabel tenía cuatro años de edad fue prometida en matrimonio con Hermann, el hijo del landgrave de Turingia, que tenía once. Así, desde pequeña fue enviada a esa ciudad, donde recibió formación alemana. Lamentablemente, antes de que la boda se celebrara, Hermann falleció, al igual que su padre. El heredero fue entonces el menor, Luis de Turingia, quien recibió la heredad como Luis IV, y enamorado de la prometida de su difunto hermano, se casó con Isabel cuando esta tenía 15 años (él tenía 20 años).

Aún en medio de la corte, Santa Isabel fue un ejemplo de bondad y amor al prójimo. Sin que le importase su condición de princesa y reina, socorría a enfermos y mendigos; de día, de noche, en invierno y en verano, en su propio palacio o en la más humilde choza. Con frecuencia se la veía llevar cántaros de leche, hogazas de pan, frutas y medicinas a cualquier persona que estuviese en cama postrado por las fiebres, la lepra o cualquier otra enfermedad. También fue una esposa devota y muy amorosa. Como exprimía el tesoro real en beneficio del pueblo sus enemigos conspiraban contra ella ante su esposo, príncipe heredero de Turingia.

Santa Isabel quedó viuda a los veinte años, pues su marido, Luis IV, falleció en Otranto al unirse a Federico II para la Cruzada en Tierra Santa.

Santa Isabel, sin embargo, aceptó con resignación los designios de Dios, y en vez de contraer matrimonio nuevamente, decidió entregarse al servicio de los desamparados y vivir ella misma en pobreza. Con los bienes que le correspondieron como viuda fundó un gran hospital para pobres. Imitando a San Francisco de Asís hizo voto de renuncia y cambió su atuendo de princesa por un hábito sencillo de franciscana ingresando en la tercera orden de los Franciscanos. Durante cuatro años Santa Isabel de Hungría dedicó su vida a atender a los pobres y enfermos en el hospital que había fundado, viviendo en una humilde choza adjunta, dedicándose a todo tipo de labores de servicio.

Su fama de santidad recorrió numerosas comarcas, e incluso fue admirada por el propio emperador.

Apenas con 24 años de edad, Santa Isabel falleció repentinamente en el año 1231. A sus funerales acudió una enorme multitud de todas las clases sociales y de varias nacionalidades, al frente de la cual iba el mismísimo emperador Federico II.

Entre varios milagros que se le atribuyen, se cuenta que justo el día de su muerte, un religioso que se había roto un brazo la vio pasar vestida elegantemente, y ella le había explicado que iba a la gloria; y tocándole el brazo, al instante quedó sanado.

Apenas a los cuatro años de su muerte, Santa Isabel de Hungría fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Es la santa patrona de Turingia, así como de los viudos, los huérfanos y los pobres. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación de bienes y vida a favor de los pobres y enfermos.

Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres
Conrado de Marburgo


De una carta escrita por el director espiritual de santa Isabel (Al Sumo Pontífice, año 1232: A. Wyss, Hessisches Urkundenbuch 1, Leipzig 1879,31-35)

Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

Santoral confeccionado consultando el preparado por: catholic.net, santoral-virtual.blogspot.com.es, www.churchforum.org, magnificat.ca, aciprensa.com, mercaba.org, franciscanos.org, archivalencia.org, vatican.va, www.enciclopediacatolica.com, corazones.org, caminando con Jesus, mercaba, El almanaque, monover.com, Arhidiócesis de Madrid, web católico de Javier, la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo, oremosjuntos.com